Comentario
A mediados del siglo XVIII los gobiernos españoles habían quedado convencidos de la necesidad de normalizar las relaciones con los paises musulmanes del Norte de África y terminar de una vez con una hostilidad que se mantenía, con mayor o menor intensidad, desde hacía siglos. A las autoridades españolas les interesaba acabar con los ataques corsarios, favorecer el comercio, suprimir la vergüenza del cautiverio de los españoles apresados y buscar la alianza o la neutralidad de los norteafricanos, en los enfrentamientos con Inglaterra o con otras potencias europeas.
Esta política española de normalización se dirigió, en primer lugar, hacia Marruecos, con cuyo emperador se firmó un tratado en 1767 y un convenio en 1780. La paz con Marruecos dejó el camino abierto para el objetivo más difícil: Argel. Para someterla o, al menos, ablandar su posición negociadora, se organizó una gran expedición militar en 1775, que acabó en desastre y produjo el efecto contrario al deseado. A partir de ese momento empiezan unas largas y tortuosas negociaciones que alternan con bombardeos de Argel en 1783 y 1784, hasta que en junio de 1786 el rey Carlos III y el dey Mohamed Bajá firman por fin el Tratado.
El documento ofrecido este mes es la comunicación hecha a los oficiales del Departamento de Cartagena de la firma del Tratado de paz por el Dey de Argel el 14 de junio (Carlos III no lo firmaría hasta agosto).